Más rápido, más alto y más fuerte, pero a largo plazo

Río de Janeiro es la “ciudad maravillosa” que hipnotiza con su vitalidad y ritmo, pero que quiere escapar de los clichés y esto lo demostrará este año 2016 con la celebración de los Juegos Olímpicos.

Los tópicos hablan de una ciudad de samba, fútbol y playas en sus majestuosos sambódromos, el estadio Maracanã o el paseo Copacabana, pero la ciudad carioca es mucho más.

En Río 2016 se esperan más de 10.000 atletas de 206 comités olímpicos nacionales en un total de 42 disciplinas deportivas, entre ellas estrenando el rugby 7 y el golf y llevándose las competiciones en cuatro zonas bien diferenciadas de la ciudad: Barra, Copacabana, Deodoro y Maracaná.

El city branding que recrean los Juegos Olímpicos de Río intenta desde sus orígenes conceptualizar la pasión y la transformación de la ciudad en una marca que ha de representar la unidad y el optimismo.

Buscando ser originales, la agencia de Tátil consiguió aunar a más de 40 profesionales (estrategas, diseñadores y editores) en la fase de un proyecto creativo que mostrase el esfuerzo colaborativo de un equipo en base a los valores que se le ofrecían a la ciudad.

Como respuesta desencadenante a este brainstorming primario se lanzó una marca “humana” como fruto de la fusión de distintas etnicidades, credos y generaciones, lo cual es fruto de la naturaleza carioca y también de espíritu olímpico.

Para enmarcar este concepto dentro de la belleza del paisaje urbano se han utilizado ciertos colores y formas muy concretas. El amarillo simboliza el sol y el calor, el azul el agua que nos rodea y el verde los bosques y la esperanza que es la visión positiva de esta identidad de marca, contextualizado con la forma del Pan de Azúcar en una imagen que muestra alegría, celebración y amistad.

Y no hay evento olímpico sin sus mascotas que en este caso son Vinicius y Tom, en homenaje a los músicos brasileños Vinicius de Moraes y Tom Jobim.

De cara a mejorar la sostenibilidad de Río de Janeiro durante las olimpiadas van a analizarse cada una de las operaciones que se lleven a cabo, tanto de obras, voluntariado, transportes, comida y bebida, de cara a minimizar el impacto de cada una de la visitas que recibirá la ciudad.

Un ejemplo que expone la organización es el caso de Lagoa Rodrigo de Freitas, donde se controlará las condiciones del agua cada mañana, tanto en la zona de competición como los alrededores, evitando fugas, asegurando la limpieza y respetando la flora y fauna de la zona como la protección del famoso “quero-quero”, el pájaro emblemático local.

Otro ejemplo de desarrollo sostenible es la adecuación de todas las instalaciones a personas mayores, mujeres embarazadas, personas con minusvalía o gente con movilidad reducida. Se asegura que todos los eventos deportivos sean accesibles en las instalaciones, parkings y otras zonas demarcadas. La meta, al fin y al cabo, es que con la finalización de los Juegos Olímpicos, Río también pueda disfrutar de un legado adaptado a todo el mundo y cambio de imagen moderno que una ciudad tan importante como esta ya necesitaba para estar en la vanguardia de la humanización urbana.

Por otro lado, para hacer a la sociedad civil más inclusiva en el proyecto de Río de Janeiro se han abierto nuevos temas en los que participan los vecinos como la transparencia, accesibilidad, protección de la infancia o movilidad urbana, entre otros. Entre los proyectos principales que tendrán lugar en 2016, se pueden destacar “Transforma” (educación), “Sobre Rodas” (accesibilidad) o el “Pasaporte Verde” (medio ambiente) en que se contará con la participación, además de ciudadanos y voluntarios, de la Empresa Olímpica Municipal, la Casa Civil de Rio de Janeiro y el Ministerio de Deportes.

En definitiva, Río va a poner sobre la mesa una batería de acciones sociales, que van más allá de un simple lavado de cara de la ciudad y que suponen un cambio radical del entorno urbano: reutilizar el 80% de los materiales de las infraestructuras, reducción global de las emisiones de carbono, cooperativas de reciclaje.

Y como entramos en 2016 y los tiempos han cambiado, Río de Janeiro quiere mostrar al mundo que es una ciudad tolerante, diversa y abierta. En su faceta en torno a la diversidad y la inclusión, Río 2016 va más allá de un simple enunciado de principios y abre también la puerta del diálogo a sectores afectados por la exclusión en Brasil, enfocando equipos de trabajo en los debates de género, de derechos LGBT o la integración de la población negra carioca en el proyecto.

Pero, ¿acaso es un proyecto global fácil de implementar? Todos sabemos que la organización y la ejecución de un mega-evento deportivo requiere una complejidad logística única y una gran coalición política. Una gran cantidad de proyectos de desarrollo urbanos implican un aumento de la inversión pública que a menudo se encuentra con una fuerte oposición. En este caso de Río y de otras ciudades, parece que el sistema olímpico lo legitima todo. Sin embargo, este “todo vale” de las ciudades olímpicas se enfrenta a serias contradicciones como la de atender a las demandas de la ciudad y sus habitantes.

Esta contradicción entre la demanda local y la olímpica, que no tienen por qué ser contradictorias, en los países emergentes choca ya que se combinan tres factores cruciales como son la fácil disponibilidad de recursos, la ambición de fortalecer su imagen internacional y la debilidad en muchos casos de sus propias instituciones para proteger los derechos humanos y el medio ambiente.

En este ámbito concreto de Brasil como economía emergente se han tenido que crear un marco extraordinario de trabajo para facilitar la toma de decisiones ya que en este caso los contratos entre partes eran más vinculantes que la propia norma. En el caso de gobiernos locales como el de Río se han desarrollado además Planes maestros en que se delegaba la autorización de las obras a los propios actores privados, algo que ya se había llevado a cabo en las preparaciones municipales de ésta y otras ciudades brasileñas para la Copa Mundial de Fútbol de 2014.

Además de estas cuestiones administrativas, hay una mayor lacra con la que ha de luchar Latinoamérica y Río no es ajeno. Hasta hace relativamente poco tiempo la ciudad tenía 3 asesinatos al día que junto a los robos hacía de este paraíso brasileño un lugar no recomendado para el turismo. Conscientes de ello, la organización de los JJOO duplicó el número de cuerpos de seguridad con respecto a Londres 2012.

Lógicamente, las medidas de seguridad son un parche para un problema más profundo que son las desigualdades sociales: no todo lo que se reporta en los medios de comunicación occidentales narran la realidad de Río. Aproximadamente más de 8.000 familias que vivían en las favelas se tuvieron que retirar de sus barriadas y se acomodaron en otras zonas para acomodar el proyecto olímpico. El exilio cuando es forzoso no es bienvenido y es por ello que se llevaron a cabo muchas protestas callejeras en señal de protesta a un Gobierno local lejano que beneficiaba intereses privados antes que las necesidades de su sectores de la población más vulnerables.

A esto se han de sumar los problemas energéticos y el calendario de las obras que al aproximarse la fecha no se han acabado según el plaza fijado, como el velódromo, el centro de tenis o el parque acuático.

A pesar de las dudas sobre el éxito de este mega evento deportivo y cultural, Río de Janeiro hará un trabajo excepcional, como otras ciudades olímpicas. Brasil ya estuvo en 2014 en el punto de mira a raíz de la Copa del Mundo y finalmente fue exitosa. El reto no está en que los Juegos Olímpicos y Paralímpicos sean correctos, sino que la ciudad pueda sacar provecho a medio y largo plazo de esta inmensa inversión.

La economía brasileña se está resintiendo y es posible que su deuda aumente tras los Juegos, pero el valor cualitativo y la identidad urbana de Río de Janeiro se verán reforzados y los siguientes años será responsabilidad de las Administraciones que sea un referente del hemisferio sur con una marca urbana rentable, segura y vanguardista.